lunes, 9 de enero de 2012

Tercer Silencio: Dimensión Paralela



Mientras el pasado inunda de recuerdos mi mente siento un espeluznante frío que recorre mi cuerpo, no se contenta y lo vuelve a recorrer una y otra vez; como si quisiera dejarme la temperatura por los suelos, o mejor; cavando tierra para llegar a algo más profundo que el propio suelo.

Las imágenes que proyecto en mi cabeza no son para nada fugaces; son claras, tal vez demasiado para mi gusto. Tengo la sensación de estar en donde estuvimos juntos hace muchísimos años, una locura quizá, pero así es. El problema está en que intento participar pero no soy más que una mirada invisible sin posibilidad de intervenir. Un ejemplo podrían ser los hospitales en los que está la sala donde se encuentra el paciente y hay un vidrio que simula un límite con otra sala, pero detrás de el mismo (aunque no lo parezca) hay otra pieza donde pueden observar al internado sin que él lo sepa. Yo soy quien observa desde la oculta habitación acontecimientos pasados. Contemplo con cariño, nostalgia y hasta con devoción esos momentos que mi mente (afortunada o lamentablemente depende cómo se lo vea) me permite visualizar y sentir con una delicadeza indescriptible. 

Mis ojos se llenan de lagrimas, no es felicidad es tristeza; una profunda y abominable tristeza que escarba con todas sus fuerzas mi alma dejando en cada movimiento una cicatriz candente.
Las imágenes me cortan en rebanadas sin pudor alguno, y cuando mejor se ponen más puñaladas recibo.
Los abrazos y los “te quiero” retumban dentro de mi cabeza, ya sueltos en mi cavidad craneana aumentan su volumen y velocidad para aparecer con más continuidad y con más solidez. ¡Me aturde! ¡Ya no quiero escucharlos! Me siento vacío; como un vaso que alguna vez estuvo lleno, pero de repente se vuelca y con lentitud y mucha suavidad se quiebra, a tal punto que la lentitud, suavidad y delicadeza con la que se va destruyendo forman una melodía melancólica que podría deprimir a cualquiera.

Por más que intente abandonar la presentación de recuerdos que me está brindando una carpeta con exclusiva seguridad de mi cerebro, no logro hacerlo, es en vano. Estoy siendo sometido, (tal vez por mi inconsciencia o tal vez por la necesidad de volver a verlo aunque sea un minuto más) a un infierno interno.  Sentimientos encontrados surgen en mí, ¿tendría que estar feliz por poder recordar todo con tanta solidez? Posiblemente sí, pero el asunto es que ser víctima de eso empeora  aún más las cosas.

Tengo que asimilarlo, él ya no está físicamente con nosotros y aunque no soy religioso siento su presencia cada día.

Aquí, mis deseos, mis caprichos y mis miedos no juegan ningún papel, (o al menos el que me gustaría) no puedo impedirle a la lluvia que se retire abriendo paso a la brillante y penetrante luz del sol, no puedo terminar con la pobreza del mundo así como tampoco pude ir contra la madre naturaleza impidiendo que se lo llevara de mi lado como lo hizo.

Lo extraño, y lo hago cada día con más intensidad (es una relación proporcional al aumento de los días), quizá mi actitud sea un tanto egoísta, pero en definitiva ¿no es así la sociedad de hoy? ¿No es ser egoísta ir caminando por 18 De Julio y ver como roban con una cuchilla a una señora mayor que sale de un cajero (posiblemente de cobrar la jubilación) y seguir caminando como si nada ocurriese por temor a que nos agredan a nosotros? ¿No es egoísmo ser consientes de casos de violencia y  ni si quiera intentar ayudar o cuestionarse la posibilidad de intentar ayudar? Si eso no es ser egoísta por favor explíquenme qué es serlo.

Me duele, es indignante no saber las respuestas a: ¿Por qué tan temprano? ¿Por qué de esa desgarradora manera? ¿Por qué así si él jamás dañó a una mosca?
Son preguntas retóricas porque aunque haga lo más supremos esfuerzos en intentar responderlas no encuentro las respuestas, siento que no las hay. ¿O será que estoy inmerso en un océano de subjetividad a causa de la relación que teníamos? No lo sé, intento además (aunque suene contradictorio) pensar que no existen soluciones a esas preguntas.

Conozco personas que suelen decir que con el progresivo aumento de los años uno va concientizándose de la idea de la muerte, pero déjenme decirles que no es mi caso, o tal vez no es el propio caso de la situación. ¿Quién puede pensar a medida que crece que a los treinta años perderá a su hermano? Dudo que se lleve a cabo tal concientización. No es la ley de lo que llamamos “naturaleza”  pero a veces hay excepciones y una de ellas lamentablemente fue Fernando.

 Diariamente me levanto pensando en mi hermano menor, y me acuesto volviendo a pensarlo, una situación como esta no se supera de la noche a la mañana (en el caso de que se pueda llegar a superar)
Se nos fue Fernando y se nos fue un pedazo de vida junto a él.
Llueve en mi todos los días, experimento tornados de dolor y tsunamis de tristeza, éramos hermanos, cómplices, confidentes, amigos; mejores amigos. Con una mirada no hacían falta palabras.

 Sigo recordando con muchísima solidez vivencias y aunque me destrocen en cierta forma me mantienen en contacto con él.
-¡Rodrigo! – Gritó Fernando
-¿Qué pasa? – interrogué
-Vení vamos a la canchita a jugar al fútbol
-Fer tengo que hacer los deberes, ahora no puedo – le dije
- Dale ¡Ro! Mamá te ayuda, de última siempre te los termina haciendo. ¡Dale, por favor vamos!- insistía, mientras tenía bajo el brazo la pelota que los reyes magos nos habían dejado hacía ya algunos días.
Recuerdos como ese tengo muchísimos, él estaba con un short negro y una remera de Peñarol bastante ajada con el número 10, tenía puesto un par de zapatillas blancos todas gastadas con los cordones desatados que usaba para jugar al fútbol. Tenía las rodillas lastimadas debido a las caídas, y las piernas repletas de picadura de mosquitos a las cuales él rascaba sin parar; esa era la causa de las ronchas grandes y rosadas.
Recién habíamos merendado y aún tenía el bigote de la chocolatada que la abuela había preparado con todo su amor (ella decía que su ingrediente secreto eran pizcas de amor a todo lo que preparaba, y ¡vaya que cocinaba rico!)
- ¡Dale Ro! Yo le digo a mamá cuando venga que no entendiste si eso te da vergüenza – suplicaba mientras que con la mano derecha rascaba su cabeza: ¡tenía piojos! Y aunque mamá comprara remedios y le pasara el peine fino hasta rasparle el cuero cabelludo, y Fernando gritara como si su objetivo fuera llamar la atención del barrio, nunca se le terminaban. Eran un ejército dispuesto a no rendirse fácilmente, querían guerra y lo habían dejado muy claro.

Finalmente accedí, confieso que padecí la escuela y la idea de hacer deberes de geografía no me entusiasmaba en absoluto.
En camino a la cancha donde nos divertíamos tardes enteras, mi hermano se acercó a mi oído izquierdo y me dijo : “Te quiero hermano” en ese momento no le presté mucha importancia, es más no le respondí, fue un momento de cruda y tensa frialdad. El silencio hacía que el tiempo se acelerara y la temperatura descendiera, podíamos haber observado el humo de nuestra respiración si lo hubiéramos intentado. Sus ojos eran dos bochones de hielo en los que me reflejaba de una forma espeluznante, no sentí la necesidad siquiera de complacerlo con una palabra afectuosa; no hubiera sido yo si lo hubiera hecho. Lo ignoré él era muy expresivo y estaba acostumbrado a que me lo dijera continuamente; era una palabra más, significaba lo mismo que un vulgar "hola", pero ahora con mis treinta años y varios meses sin tenerlo aquel “te quiero” me suena en la cabeza cuando me levanto y cuando me acuesto por las noches: “Te quiero hermano.” “Te quiero hermano...” “Te quiero hermano…” Escuchando esa voz se cierran mis ojos cansados y tristes, todas las noches, pensando en haberlo abrazado con fuerzas y haberle dicho: “Te amo hermano”

Duermo cada noche con la fría soledad que me dejó su ausencia y que me deja cada día en mayor cantidad.
Ya no estoy vacío, soy el mismísimo vacío, el vaso de vidrio se rompió y soy todo lo que eso dejó…